23 de julio de 2009

LA VERDAD DE LOS KUBRICK: Christiane Kubrick y Jan Harlan

Texto publicado originalmente en el periódico El Mundo, España. 1999.

LA VERDAD DE LOS KUBRICK

RUBEN AMON
Saint Albans/Enviado especial/ 28 de agosto de 1999.
Londres



El templo familiar de Stanley Kubrick, alborotado, luminoso, repleto de gatos, de perros y de nietos, contradice el mito de la excentricidad y del misterio. Dicen los biógrafos en cuarentena que el viejo cineasta neoyorquino consumía el silencio entre las sombras de una casa de campo lúgubre y oscura, pero la experiencia de cruzar el umbral de Childwickbury, en Saint Albans, a 40 minutos de Londres, sólo concede un escenario para el asombro sobrenatural: allí, en el oasis del jardín verde, debajo de un milenario árbol chino y al abrigo de unas sillas blancas, el juego rectangular de las piedras identifican la sobria tumba del maestro.

Tumba de Stanley Kubrick

«Stanley no tenía fe, ni religión, no creía en nada, era profundamente agnóstico; se encontraba muy bien y no tenía la menor impresión de que podría morirse pronto», confiesa Christiane, su mujer, para explicarnos sutilmente la ausencia de las inscripciones, de las cruces, de las estrellas, del luto familiar.
No es fácil violentar la casa de los milagros seis meses después del infarto silencioso, ni mucho menos abordar con la mirada los recuerdos personales que se alojan en el despacho rectangular -un cartel gigante de Espartaco, un libro de Klee, un fragmento de La chaqueta metálica-, pero las hijas de Kubrick, Anya y Katherine, conjuran la tensión inicial de la entrevista, de su entrevista en exclusiva a EL MUNDO, para restaurar la intachable memoria paterna.
Muchos errores, muchas mentiras, muchos comentarios malintencionados que merecen contestarse antes de que el estreno europeo de Eyes Wide Shut, el 1 de septiembre, en Venecia, precipite la revisión humana y divina del cineasta.
«Cualquier persona que conociera medianamente a mi padre, se asombraría de que le llamaran un hombre secreto, recluido, extraño y misterioso», explica Anya, con la voz impostada de una cantante de ópera profesional. «Y el problema no es que se haya creado este ridículo estereotipo, sino que muchos críticos y muchas personas recurren al calificativo del genio para justificar las puñaladas: «Está bien, era un loco y un excéntrico, pero se lo podemos permitir porque también era un genio. Y los genios son así, raros, indescifrables, muy suyos».
La conversación transcurre a la hora del té en los sillones de un salón iluminado por los paisajes y las naturalezas muertas (o vivas) de Christiane. Hay un piano de cola, y cuatro perros, y una videoteca inconfundible de National Geographic. Y hay una fotocopia en color de Stanley Kubrick que se multiplica en los rincones de la casa para atenuar la tristeza de la ausencia. «Stanley era un hombre inteligente, de gran sentido del humor y divertido, pero se negaba a conducir una vida pública, de relaciones, de acontecimientos sociales. No hay que buscarle un significado extraño a la prudencia de una persona que aprendió desde muy pequeño a preservarse de los demás porque sabía que era muy fácil equivocarse, cometer errores y porque le asustaba transmitir una imagen equivocada. He vivido con Stanley 43 años casada y puedo asegurar que no era pesimista, ni negativo, ni insociable. El se presentaba a los demás con su cine, pero, después, prefería estar detrás, en casa, con su gente, con su familia, con sus amigos, con sus libros, su música, sus películas».


Directores favoritos
¿Cuáles? «A mi padre le gustaba mucho Kurosawa, Kieslovski y Bergman», se apresura a responder Anya Kubrick para rehabilitar el círculo de los cineastas que sobrevivieron a la tentación endogámica de Hollywood. «En realidad, le gustaba el cine de las pequeñas historias y le apasionaban los combates aéreos. Y admiraba a Woody Allen, a Milos Forman y a Steven Spielberg».
El itinerario de las pasiones se concede una escala de rigor en España. Al menos, Christiane, que a veces se evade de la entrevista con la mirada perdida en el suelo, recuerda que viajaron al Madrid de Franco en la década de los años 60, que asistieron a una corrida de toros, que el propio Kubrick se impresionó de los aparatosos desfiles castrenses: «Estos soldados son mejores que los de Espartaco», sentenció el maestro del Bronx en el bochornoso cumpleaños del generalísimo.
«Stanley conocía muy bien y admiraba mucho el cine de Carlos Saura, en especial Cría cuervos, pero también se interesó mucho por la obra de Buñuel y tenía una película predilecta: El espíritu de la colmena, de Víctor Erice», explica la entrañable y extrovertida viuda de Kubrick en el umbral del gigantesco refectorio familiar.


Amigos
No, no es una cocina cualquiera. Los amigos de la casa, como el escritor Michael Herr, como la soprano Gwyneth Jones, o como Didier de Cottignies, impenitente consejero musical, saben que Stanley cocinaba aquí sus hamburguesas y sus películas, hasta el punto de que la mesa de madera rectangular, con la vista sobre el jardín y los libros de recetas, reconciliaba a los actores y a los técnicos en las noches de tertulia, de aprendizaje común, de magisterio inconsciente.
Aún hoy, la nevera blanca permanece erigida como un mosaico de fotografías de Tom Cruise, de Nicole Kidman y de la familia Kubrick cuya espontaneidad recuerda para siempre el rodaje de Eyes Wide Shut.
«¿Un personaje huraño, un eremita?», se pregunta Katherine, pintora, risueña, madre de tres hijos, para rectificar el estereotipo unánime de los biógrafos y los especialistas. «Me limito a recordar un comentario de Spielberg: "antes de Internet existía Stanley Kubrick", era capaz de pasarse horas al teléfono hablando con la gente, o se reunía con sus amigos. Otra cuestión es que no le gustara relacionarse con la prensa, pero sería muy interesante que nuestra aparición en los periódicos sirviera para convencer a la gente de un padre feliz, vitalista, generoso, inteligente. Esta sí es la verdad», concluye.

En el jardín de la villa en St. Albans: (de izquierda) Christiane, Jan Harlan, Stanley, Emilio (su chofer) y Andros Epaminondas, y dos de sus amados perros. 1994

Se busca dinero y un buen director.
¿Y cuáles son las verdades y las mentiras de Eyes Wide Shut? Jan Harlan, cuñado de Kubrick y productor ejecutivo inseparable desde el bautismo de Barry Lyndon (1975), se apresura a contestar los rumores que acechan al filme póstumo en vísperas del estreno europeo. Por ejemplo, es mentira que el filme estuviera inacabado antes de la muerte, no es cierto que se hayan cortado algunas escenas escabrosas del metraje -se han corregido 65 segundos con el ordenador para evitar la censura norteamericana-, ni es verdad que la controvertida campaña publicitaria -Kidman y Cruise desnudos- se haya realizado al margen de la voluntad de Kubrick. Al contrario, sí parece fuera de dudas que el llorado autor de Eyes Wide Shut manejó durante 30 años la novela original de Schnitzel antes de convertirla en su última obra maestra.
«Stanley no tenía la prioridad de ganar dinero a toda costa, pero también está claro que le preocupaba el rendimiento comercial de las películas y que le interesaba llegar a un número elevado de espectadores. Desde esta perspectiva, esperábamos más de la reacción del público en Estados Unidos, aunque el filme ha sido un éxito en Japón y en Australia. Confiamos mucho en el público europeo, porque creo que es un filme hecho a su medida y porque va a sentir mejor cómo la película le pisa los talones. Respecto a la orgía de Kidman y Cruise, que nadie espere encontrarse con terciopelo rojo, romanos y uvas. Es una orgía psicológica, que reside en la mirada, aunque nos consta que mucha gente quiere ver el filme por encontrárselos desnudos», señala Harlan.
Mientras se produce el estreno en la Mostra de Venecia, Jan Harlan tiene entre las manos el último guión de Stanley Kubrick: Inteligencia artificial. «Este trabajo necesita un buen director y dinero. Resueltos estos problemas, es viable que la película se convierta en una realidad. ¿Steven Spielberg? Podría ser el hombre idóneo para llevarla a cabo», sentencia Jan Harlan en el salón de la casa familiar.