13 de septiembre de 2016

SARA MAITLAND: MI AÑO CON STANLEY KUBRICK


*Este artículo fue publicado originalmente  en el periódico inglés The Independent. Reproducido en la revista francesa LES INROCKUPTIBLES, Hors serie Kubrick, de 1999. Traducción de inglés por Julia Dorner. Traducción de francés por Raúl Lino Villanueva.

Sara Maitland trabajó con Kubrick en el guion de A.I., al cual Kubrick siempre llamó Pinocchio.



Por Sara Maitland.
©The Independent. Marzo de 1999.

Una mañana de 1995 sonó el teléfono. Descolgué y una voz gruesa me dijo: “Soy Stanley Kubrick ¿Quisiera Ud. escribir un guion para mí? Sospechando de un amigo farsante le respondí: “Aquí Marilyn Monroe y hace treinta años que estoy muerta”  Se río. Era verdaderamente Stanley Kubrick. Este episodio ligeramente surrealista marcó el debut de uno de los períodos más excitantes, frustrantes, confusos e instructivos de mi vida profesional. Durante un lapso de tiempo relativamente corto, fui la guionista de Stanley Kubrick.


¿Por qué Ud.? Me preguntaron con un tono no muy cortés. Sin excesiva arrogancia, yo era una opción lógica. Él quería que trabaje sobre su muy esperado proyecto sobre la inteligencia artificial (A.I.), que él siempre llamó Pinocchio. La inteligencia artificial le fascinaba. Quería operar un cambio cultural. Si producíamos computadoras a nuestra imagen, entonces por qué nos serían estas nuestros hijos? Se quejaba de Blade Runner, diciendo si era tan difícil de reconocer una réplica, para que intentarlo? ¿Por qué había que cazarlos hasta el último? Según él, las computadoras sería verdaderamente inteligentes, y también emocionalmente, y formar potencialmente un género humano más adaptado al medio ambiente: son nuestro futuro. El objetivo de la película es que los amemos.

Al momento de mi llegada, el proyecto ya se había vuelto enorme, inmanejable, borroso. Kubrick necesitaba un cuento que subyace el todo, de una historia bajo intriga. Creaba una nueva leyenda y necesitaba alguien que conociese sobre leyendas, sobre cómo funcionan.



Cuando le dije que yo nunca había visto un guion cinematográfico en mi vida, estuvo encantado con eso. Quería un texto continuo, no un guion: filmar era su asunto. Él se jactaba de que no existía ni una sola frase en inglés que no pudiera filmar. Se divertía con un juego en el cual yo debía proponerle frases infilmables. “Ella ha reprimido perfectamente su cólera! Es una de las que lo dejó pensando.

Yo necesitaba espacio, silencio y tiempo para trabajar. Él quería rapidez (y obediencia). Pero no funcionó. También porque era imposible trabajar con él. Eso es parte de su leyenda. Y era verdad. Tenía más energía que todas las personas que haya conocido. Estaba dedicado en cuerpo y alma a su proyecto y esperaba que todo su entorno haga lo mismo. Cuando su energía se concentraba en nuestro trabajo, llamaba constantemente por teléfono y a cualquier hora, pedía atención absoluta, ahora!. Una vez, mientras estábamos bloqueados de ideas, logré decirle que la historia y yo necesitábamos un poco de tiempo. “¿Cuánto?”, preguntó. “Un mes” le propuse. Me miró y me dijo: “No puedo”. Luego se rio y, en ese momento bastante particular me dijo que todos aquellos que habían escrito para él pidieron lo mismo, pero que finalmente comprendió que le era totalmente imposible dejar el proyecto en manos de otros durante mucho tiempo. Finalmente acordamos diez días. Nos separamos y regresé a mi casa, a una hora de allí. Cuando llegué habían tres mensajes de él en el respondedor: todos exigían respuesta inmediata. Ni una palabra de disculpa, ni nada sobre nuestro acuerdo.



Era conocido por su arrogancia. Un día le pregunté cómo se imaginaba a los robots “activos” que existirían en mil años. “Serán como los de esta película”, me respondió. Su respuesta me puso celosa sin llegar a herirme. Admiraba la noción que tenia de su propio poder. Es porque era arrogante que lograba hacer sus películas.

Se le decía también paranoico y a veces, me lo pregunto. Pequeño, barbudo, rechoncho, vestido casi siempre con overol de trabajador, no parecía alguien que detestara el contacto físico pero, durante nuestro primer encuentro, evitó el apretón de mano de uso: nunca le vi tocar a otra persona. Detestaba a los periodistas, particularmente a los británicos. Una vez, en una conversación, mencioné  a un amigo mío periodista. “¿Conoce Ud. a muchos periodistas?” -  “Si” – “Si lo hubiera sabido hubiera agregado una cláusula “no contactar” en el contrato.”


Era una persona profundamente secreta. Había una cláusula de silencio en mi contrato – no tenía derecho a hablar de la película. Un día me pasó un libro titulado Rhapsody, una maravillosa historia que podía ser una maravillosa película. La leí pero no me entusiasmó mucho. Fue el fin. Recibí el cheque del fin de contrato y nunca más tuve noticias de él.

Estoy muy orgullosa de haber trabajado. Gracias a él me interesé a la escritura de guiones – sé que quiero comenzar nuevamente. Y estoy triste. Creo que perdimos a alguien magnífico.

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