*Este
artículo fue publicado originalmente en
el periódico inglés The Independent. Reproducido en la revista francesa LES
INROCKUPTIBLES, Hors serie Kubrick, de
1999. Traducción de inglés por Julia Dorner. Traducción de francés por Raúl
Lino Villanueva.
Sara Maitland trabajó
con Kubrick en el guion de A.I., al cual Kubrick siempre llamó Pinocchio.
Por
Sara Maitland.
©The
Independent. Marzo de 1999.
Una mañana de 1995
sonó el teléfono. Descolgué y una voz gruesa me dijo: “Soy Stanley Kubrick ¿Quisiera Ud. escribir un guion para mí?
Sospechando de un amigo farsante le respondí: “Aquí Marilyn Monroe y hace treinta años que estoy muerta” Se río. Era verdaderamente Stanley Kubrick.
Este episodio ligeramente surrealista marcó el debut de uno de los períodos más excitantes, frustrantes,
confusos e instructivos de mi vida profesional. Durante un lapso de tiempo
relativamente corto, fui la guionista de Stanley Kubrick.
¿Por
qué Ud.? Me preguntaron con un tono no muy cortés. Sin
excesiva arrogancia, yo era una opción lógica. Él quería que trabaje sobre su
muy esperado proyecto sobre la inteligencia artificial (A.I.), que él siempre llamó Pinocchio. La inteligencia artificial le
fascinaba. Quería operar un cambio cultural. Si producíamos computadoras a
nuestra imagen, entonces por qué nos serían estas nuestros hijos? Se quejaba de
Blade Runner, diciendo si era tan
difícil de reconocer una réplica, para que intentarlo? ¿Por qué había que
cazarlos hasta el último? Según él, las computadoras sería verdaderamente
inteligentes, y también emocionalmente, y formar potencialmente un género
humano más adaptado al medio ambiente: son nuestro futuro. El objetivo de la
película es que los amemos.
Al momento de mi
llegada, el proyecto ya se había vuelto enorme, inmanejable, borroso. Kubrick
necesitaba un cuento que subyace el todo, de una historia bajo intriga. Creaba
una nueva leyenda y necesitaba alguien que conociese sobre leyendas, sobre cómo funcionan.
Cuando le dije que yo
nunca había visto un guion cinematográfico en mi vida, estuvo encantado con eso.
Quería un texto continuo, no un guion: filmar era su asunto. Él se jactaba de
que no existía ni una sola frase en inglés que no pudiera filmar. Se divertía con un juego en el cual yo debía proponerle frases infilmables. “Ella ha reprimido perfectamente su cólera!
Es una de las que lo dejó pensando.
Yo necesitaba espacio,
silencio y tiempo para trabajar. Él quería rapidez (y obediencia). Pero no
funcionó. También porque era imposible trabajar con él. Eso es parte de su
leyenda. Y era verdad. Tenía más energía que todas las personas que haya
conocido. Estaba dedicado en cuerpo y alma a su proyecto y esperaba que todo su
entorno haga lo mismo. Cuando su energía se concentraba en nuestro trabajo,
llamaba constantemente por teléfono y a cualquier hora, pedía atención
absoluta, ahora!. Una vez, mientras
estábamos bloqueados de ideas, logré decirle que la historia y yo necesitábamos
un poco de tiempo. “¿Cuánto?”, preguntó. “Un mes” le propuse. Me miró y me
dijo: “No puedo”. Luego se rio y, en ese momento bastante particular me dijo
que todos aquellos que habían escrito para él pidieron lo mismo, pero que
finalmente comprendió que le era totalmente imposible dejar el proyecto en
manos de otros durante mucho tiempo. Finalmente acordamos diez días. Nos
separamos y regresé a mi casa, a una hora de allí. Cuando llegué habían tres
mensajes de él en el respondedor: todos exigían respuesta inmediata. Ni una
palabra de disculpa, ni nada sobre nuestro acuerdo.
Era conocido por su
arrogancia. Un día le pregunté cómo se imaginaba a los robots “activos” que
existirían en mil años. “Serán como los
de esta película”, me respondió. Su respuesta me puso celosa sin llegar a
herirme. Admiraba la noción que tenia de su propio poder. Es porque era
arrogante que lograba hacer sus películas.
Se le decía también
paranoico y a veces, me lo pregunto. Pequeño, barbudo, rechoncho, vestido casi siempre
con overol de trabajador, no parecía alguien que detestara el contacto físico
pero, durante nuestro primer encuentro, evitó el apretón de mano de uso: nunca
le vi tocar a otra persona. Detestaba a los periodistas, particularmente a los
británicos. Una vez, en una conversación, mencioné a un amigo mío periodista. “¿Conoce Ud. a muchos periodistas?”
- “Si”
– “Si lo hubiera sabido hubiera agregado
una cláusula “no contactar” en el contrato.”
Era una persona
profundamente secreta. Había una cláusula de silencio en mi contrato – no tenía
derecho a hablar de la película. Un día
me pasó un libro titulado Rhapsody,
una maravillosa historia que podía ser una maravillosa película. La leí pero no
me entusiasmó mucho. Fue el fin. Recibí el cheque del fin de contrato y nunca más tuve noticias de él.
Estoy muy orgullosa de
haber trabajado. Gracias a él me interesé a la escritura de guiones – sé que
quiero comenzar nuevamente. Y estoy triste. Creo que perdimos a alguien
magnífico.
Fuente:
2 comentarios:
Buen artículo. Gracias.
Te animo a poner más cosas de ese delicioso especial de la revista positif gracias
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