30 de diciembre de 2008

MARIT ALLEN, Diseñadora de vestuario.

*Esta entrevista fue tomada del libro KUBRICK, de Michel Ciment, Ediciones Calmann-Lévy, octubre 2001, páginas 275-277. Edición original en francés. Traducido por Raúl Lino Villanueva.

Marit Allen (R.I.P. Nov. 27, 2007)
MICHEL CIMENT: ¿Cuándo tuvo lugar su primer encuentro con Stanley Kubrick?
MARIT ALLEN:
En realidad, lo conocí en los años 60; en la época era redactora de moda en Vogue, y Terry Southern, quien acababa de escribir Red Alert, era un amigo de mi esposo, quien era el manager de Peter Sellers. La cosa es que en 1995, recibí una llamada para citarme en su casa de campo de Childwickbury, la cual una parte le servía de cuartel general. Primero conversé con su primer asistente, Brian Cook, quien era también su co-productor, y entró Kubrick, inmediatamente encantador, y me dijo:”Que gusto volver a verla!” Me sentía alagada por que no podía imaginar que se acordaría de mí. Me dijo que se trataba de una película contemporánea que se desarrollaba durante tres días, un trabajo verdaderamente simple, muy fácil, una fiesta, quizá dos, un doctor, su mujer, dos pares de vestuarios, es todo! Y luego me preguntó: “Y UD.?” Le respondí que me gustaba mi profesión, que lo hacía por pasión y que trabajaba muy duro. Entonces me dijo: “Está UD. contratada!” Por supuesto, él sabía que yo había colaborado en grandes producciones sobre temas contemporáneos, que había hecho el vestuario de Dead Man, de Jim Jarmusch. Le gustaban probablemente las películas de Nicolas Roeg y debió haber visto Bad Timing en la cual hice los disfraces y que jugaba con las mismas y extrañas obsesiones sexuales.

¿Cómo concibió él los disfraces para la escena de la orgía?
Los tacones altos de mujeres implicaban un porte diferente y otra forma de caminar. Todo era muy complejo. Por ejemplo, Stanley no quería simplemente strings (tangas), pero una forma y un estilo particular. He debido fotografiar y haber tenido en mi posesión todos los tipos de strings que existen en todo el mundo, en los sex-shops, las tiendas ordinarias como las tiendas de moda. Era un tema de broma para Stanley, que pretendía que no había una prenda íntima en Londres y en New York que yo no hubiera fotografiado – y él tenía perfectamente razón. Yo estaba siempre disponible, veinticuatro horas al día, siete días a la semana, y estaba permanentemente en el plató. Cuando llegamos al momento de los ensayos en este sorprendente palacio, me llamó y me puso al centro del círculo de chicas con sus magníficos tacones altos aguja, sus strings, collares. Me dijo: “Mire estos strings, son horribles, vergonzosos, imposibles!” Le respondí que él los había escogido después de haber visto las fotos. Me respondió: “Que extraño. Que puede hacer?” Le dije que en una hora los íbamos a solucionar y proponerle una nueva forma en su caravana. Y fue lo que hicimos.


En el libro de Schnitzler, son lobos, no máscaras.
Stanley quería absolutamente máscaras, según él hacía parte de este imaginario. Las hicimos venir todas desde Venecia. Teníamos un cuarto lleno y las fotografié todas, como todo y según sus directivas: de día, en 35mm, sin Polaroid, sin flash. Colocaba las fotos en un gran panel de cartón. Él tenía permanentemente estos paneles y podía hacer sus elecciones para Tom, para las chicas, los sirvientes. Era un proceso en evolución permanente. Teníamos un pequeño taller cerca del plató en donde retocábamos las máscaras, las pasábamos del plateado al dorado e inversamente. Era apasionante ver a Stanley cambiar la composición de máscaras, reagruparlas, aislar una para un plano cerrado. Yo sabía que él sabía que yo sabía lo que él buscaba.


¿Deseaba él un tipo de máscaras específica?
Él quería que crearan una impresión de amenaza. Pero sin exageración. En general, rechazaba cualquier cosa que hubiera sido hecha especialmente para la película, por que había entonces un elemento de riesgo. Prefería comprar cualquier cosa para tenerla a su disposición y hacer su elección. Fue el caso con las máscaras. Trabajó también mucho con los maniquíes en la boutique de Milich. Cambiábamos constantemente la posición de los maniquíes con respecto a la cámara, debía hacer trampa con la perspectiva, era muy complicado. Había siempre desafíos que afrontar y era interesante estar allí y poder darle lo que necesitaba. Era un hombre muy tímido, sabe, y su relación con las mujeres era muy diferente de las que tenía con los hombres; era mas como un juego, al borde del coqueteo; siempre había una dimensión suplementaria, que estuviera en cólera, impaciente o feliz. Con los hombres era mas directo, mas brusco; le gustaba hablar con ellos durante horas de fútbol americano o de aviación.

¿Qué tenía UD. en mente para el vestuario de Milich?
El guión indicaba que él llevaba un pijama en su primer encuentro. Yo ya había trabajado con el actor Rade Sherbedjia y le pregunté a Stanley lo que tenía en mente, si quería que vistiera un pijama en la primera escena y un disfraz en la segunda. Me respondió: “¿Un pijama? ¿Por qué, santo dios, debería portar un pijama? No se ocupe del guión!”. Le pregunté que debía vestir y él me dijo: “Una camisa, un pantalón, zapatos” Entonces fotografié a Rade con veintisiete vestimentas diferentes, de las cuales cuatro eran pijamas antiguos y extraños; puse el panel a su disposición para que pueda mirarlos y me señaló el que él que quería y, por supuesto, era uno de los pijamas extraños que había yo escogido al principio. Una vez más, yo sabía que él sabía lo que yo quería para Milich. Pero él quería tener más posibilidades de opción. Para los maniquíes, me indicó las épocas para los disfraces: eduardiano, elisabethiano, etc. De nuevo, fui a una tienda de alquiler de ropa y fotografié centenas para que pueda tomar sus decisiones.


¿Qué aspecto quería darle él a Nicole Kidman?
Su primera idea era más o menos inspirada por lo que llevaba puesto su hija Anya. Un poco hippie, con flores bordadas, cosa de ese tipo. Pero no era para nada lo que Nicole estimaba conveniente para ella; ella quería ser una mujer elegante de New York de hoy en día. En realidad, al comienzo del rodaje, Stanley había recortado de un periódico una foto de Nicole en traje negro con una camisa blanca y me lo dio diciéndome que debería trabajar a partir de eso. Nos dirigíamos entonces hacia lo que Nicole quería, pero eso le era igual a Stanley, ya que él buscaba para el conjunto de la película un estilo clásico e intemporal.


¿Quería él al principio malva para el vestido de Domino, la prostituta?
No. Debí vestir a ésta chica con una treintena de vestimentas diferentes. La malva era el color mas fuerte, la mas gráfica y él la escogió. Nunca hice tantas investigaciones para una película antes del comienzo del rodaje. Stanley conocía las dimensiones del piso y el plano de todos los apartamentos new-yorkinos que sirvieron de modelo para el lugar donde viviría la pareja de esposos. Le pidió a un colaborador pararse en la esquina verdadera de la calle Greenwich Village – que fue reconstruida en estudio en Londres – para fotografiar a los transeúntes cada semana, durante meses. Quería saber como era la muchedumbre de New York en ese barrio, en ésa época.
El principio era siempre recomenzar todo hasta que él estime que todo estaba en su punto. Debo admitir que invariablemente, encontraba sus decisiones justas. Nunca me dio una directiva general, una imagen de conjunto de lo que él quería. Había que intentar comprender y sentir lo que él deseaba. Yo sabía que él quería que su película sea clásica, gráfica y estilizada. Para Tom él quería una simplicidad moderna, y esperaba de Nicole que sea esplendida y ligeramente vulnerable. Sydney Pollack debía ser muy rico, refinado y totalmente relajado. Tuvimos una experiencia muy divertida con Sydney: fui a comprarle unas estupendas camisas americanas que Stanley y él adoraban, pero de las cuales el color era muy cerca de aquella de los paneles de madera de la sala de billar; Stanley entonces me dijo: “Apresúrese en ir a Marks and Spencer, encuentre dos camisas y estará bien” (NR: Marks and Spencer es una cadena de tiendas de retail en Inglaterra, tipo Saga Falabella en Sudamérica) Sydney y yo nos miramos y le hicimos la observación de que el personaje debía supuestamente ser un millonario; su respuesta fue: “¿Y? Yo compro mis camisa en Marks and Spencer!” UD. conoce su “uniforme”. El porta siempre blusas militares muy confortables, hechas de una especie de nylon indestructible para el verano y de algodón para el invierno. Las importó por hornadas de los Estados Unidos, los hizo teñir en azul marino y, de su propia confesión, tenía veintiocho. Se golpeaba el pecho y los bolsillos de su chaqueta y me decía: “Es mi oficina”. También calzaba siempre las mismas zapatillas (tennis). Un día, Tom Cruise intentó hacer que se ponga unas Nike y puso muchos pares en la caravana de Stanley para que se las pruebe; pero Kubrick no quería saber nada al respecto, no las encontraba confortables. Era muy encantador. Hay una anécdota que es muy reveladora: estábamos rodando una escena muy intensa durante la orgía en donde, en un plano cerrado, Tom y la chica se besan con sus máscaras puestas. Nos tomó tres días hacerla – por múltiples razones, nunca funcionaba. Cuando al fin logramos hacerla, mi asistente vino y me dijo que la chica no tenía puesto su collar durante la toma. Llamé inmediatamente a Stanley a su talkie-walkie para contarle lo que había pasado, diciéndole que era la peor cosa que puede haber sucedido. Él no podía creerlo, viniendo inmediatamente para ver la escena en el monitor video. Todos estábamos temblando. Yo pensaba en lo que me concernía, que era el fin de mi participación en la película. Le dije:”Soy la responsable, Estoy abatida. Eche toda la culpa sobre mí”. Me dijo que tomaría nota y le dijo a Tom Cruise que debían rehacer el plano. Tom se puso a gritar: “¿Cómo es posible?! Me dijiste que estaba terminada!” Stanley le respondió: ”Si, pero hay algo en la iluminación que no me conviene del todo”. Muy elegante. Yo estaba en lágrimas.
Yo he tenido siempre un gran respeto por el artista que era él y siempre estuve apasionadamente curiosa por saber como llegaría a su objetivo, con todos esos ensayos lentos e interminables, y todas esa decisiones en suspenso. Y, por tanto, él parecía considerar todo eso con una especie de humor malicioso, sin tomarse él mismo particularmente en serio. Él aceptaba todo de cualquiera, con la condición que comprenda lo que está en juego y ponga lo mejor de sí, y al mismo tiempo él era exigente sobre todo y con todo el mundo. Lo dejé con sentimientos muy calurosos y cariñosos hacia su persona.

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