Por Stanley Kubrick
Publicado en el New York
Times el 27 de febrero de 1972
“Un liberal alerta –escribe
Fred M. Hechinger acerca de mi película La
naranja mecánica -, reconocería la voz del fascismo.” Ya no queda nadie que
esté tan alerta como Fred M. Hechinger. Un crítico de cine, cuyo trabajo
consiste en analizar el contenido real de una película en lugar de entrevistas
de segunda mano, no se habría arriesgado a hacer sonar la “alarma liberal” con
tanta seguridad como el pedagogo señor Hechinger en su resonante prosa alarmada
y discordante.
Mientras la leía, no podía
evitar que me viniera a la cabeza la imagen del señor Hechinger, caracterizado
como el liberal en orden de batalla, con el semblante serio que solía adoptar
Gary Cooper, haciendo el largo camino por la calle principal para enfrentarse
al punto culminante de la democracia de Estados Unidos. Mientras, en el saloon Última Oportunidad suena el tema
principal, Pregunta qué quieren lo chicos
de la barra y diles que yo tomaré lo mismo, aunque la voz en lugar de ser
la de la señorita Dietrich parece la de la señorita Kael. Los cinéfilos que
estén alerta se darán cuenta de que confundo mis películas. Pero luego a los
pedagogos como el señor Hechinger parece no importarles confundir sus
metáforas: “En algunos momentos, el oropel del divertimento se guarnecía con
toques de realismo de Las uvas de la ira”,
ni más ni menos.
Resulta
incomprensible que a lo largo de este extenso discurso que anima a los
liberales de Estados Unidos a proteger su “derecha” a odiar la ideología que
hay detrás de La naranja mecánica, el
señor Hechinger no cite ni una sola línea, no se refiera siquiera a una escena
y no analice un solo aspecto de la
película. El señor Hechinger se limita a hundirla indiscriminadamente con una
“tendencia” que dice observar (“un nihilismo totalitarista profundamente
antiliberal”) en varias película actuales. Me pregunto si no será porque en
realidad no ha podido encontrar ni una sola prueba interna que justifique esta
tendencia amenazante. De lo contrario, no deja de ser extraordinario que pueda
ser objeto (la película y yo mismo) de una acusación tan grave en un ejemplo tan
borroso y desenfocado de periodismo alarmista.
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Probablemente
Hechinger es bastante sincero con sus sentimientos. Pero lo que el testigo
siente, como dijo el juez, no es ninguna prueba, sobre todo ante la acusación
de transmitir “la esencia del fascismo”. “¿No se trata de una lectura poco caritativa
de la tesis de la película?”, se pregunta el señor Hechinger en un rapto
inusitado, aunque momentáneo, de duda. Me gustaría replicar que se trata de una
interpretación irrelevante de la
tesis; en realidad, una lectura insensible y trastocada de la tesis que, lejos
de abogar por una segunda oportunidad del
fascismo, advierte del nuevo fascismo psicodélico –el condicionamiento
alucinante, multimedia, cuadrasónico y orientado a las drogas del ser humano
por parte de otros seres-, que muchos creen que provocará la muerte de la
ciudadanía humana y el nacimiento de la clase autómata.
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No
deja de ser cierto que la visión del hombre en mis películas es menos halagüeña
que la que Rousseau abrigó en una narración similarmente alegórica, aunque,
para evitar el fascismo, ¿no deberíamos considerar al hombre como un salvaje noble en lugar de innoble? El hecho de
ser pesimista no basta para calificar a alguien de tirano (o eso espero). Al
menos el crítico de cine del New York Times,
Vincent Canby, no lo cree así. A pesar de rechazar con modestia las teorías
de causas iniciales y los efectos duraderos de las películas –una humildad
profesional que contrasta fuertemente con la
carencia de la misma el señor Hechinger-, el señor Canby clasificó La naranja mecánica como “un ejemplo
superlativo” del tipo de películas que “intenta analizar con seriedad el
significado de la violencia y el clima social que la tolera”. Ciertamente no me
denunció como un fascista, del mismo modo que un crítico equilibrado que
hubiera leído A modest proposal no se atrevería a acusar a Dean Swift de
caníbal.
Anthony
Burgess consideró la película “un sermón cristiano” y, para que no se considere
una muestra de argumentos especiosos por parte del creador de La naranja mecánica, me gustaría citar a
John E. Fitzgerald, en crítico de cine del Catholic
News que, lejos de creer que la película muestra al hombre, según la
lectura “poco caritativa” del señor Hechinger, como “irrecuperablemente malvado
y corrupto”, fue al meollo de la cuestión de una forma que deshonra las
insinuaciones maniqueas del señor Hechinger.
Según
el señor Fitzgerald: “durante un todo un año hemos recibido dos mensajes
contradictorios de dos medios distintos. La prensa ha dicho (en Beyond Freedom & Dignity, de B.F. Skinner)
que el hombre no es sino una miríada de reflejos condicionados. En la pantalla,
con imágenes más que con palabras, Stanley Kubrick demuestra que el hombre es
más que un simple producto de la herencia y/o el entorno. Como dice el clérigo
amigo de Alex (un personaje que empieza siendo un bufón lanzando fuego y azufre
por la boca y termina siendo el portavoz de la tesis final de la película):
“[Alex] deja de ser un criminal, pero también deja de ser una criatura capaz de
opción”.”
“La
película parecer decir que para alejar a un hombre de su elección, no hay que
redimirle, sino moderarle, de lo contrario tendremos una sociedad de naranjas
orgánicas pero mecánicas como un reloj. Un lavado de cerebro como este,
orgánico y psicológico, es el arma que desearían emplear los totalitaristas del
Estado, la Iglesia o la sociedad para lograr fácilmente el bien a costa de los
derechos y la dignidad del individuo. La redención es algo complicado y el
cambio debe estar motivado desde el interior y no imponerse desde el exterior
si queremos defender los valores morales.”
“Utiliza
seres como Hitler o Stalin, y la violencia de las inquisiciones, los programas
y las purgas para crear un mundo de salvajes innobles”, escribe el señor
Henchinger de una forma salvaje e innoble. De este modo, sin citar nada en
absoluto de la película, el señor Hechinger parece basar toda su acusación en
una cita que se publicó en el New York
Times el 30 de enero, donde declaré: “el hombre no es un salvaje noble,
sino un salvaje innoble. Es irracional, brutal, débil, estúpido, incapaz de ser
objetivo con sus propios intereses […] y el intento de crear instituciones
sociales basadas en una visión falsa de
la naturaleza humana está probablemente condenada al fracaso”. Al parecer, por
esto el señor Hechinger concluye: “la tesis de que el hombre es
irremediablemente malvado y corrupto es la esencia del fascismo”. Y de esta
forma realizó un juicio sumarísimo de la película.
El
señor Hechinger tiene todo el derecho del mundo a ser optimista en relación con
la naturaleza humana, pero ninguno a levantar acusaciones de fascismo contra
las personas que no comparten su opinión.
Me
pregunto cómo podría reconciliar sus ideas simplistas con la opinión de
reconocidos antifascistas de la talla de Arthur Koestler, quien escribió lo
siguiente, en su libro The Ghost in the Machine:
“el mito de Prometeo ha dado un giro despreciable: el gigante que quiere robar
los relámpagos a los dioses está loco […]. Cuando alguien menciona, aunque con
tanteo, la hipótesis de que la vena paranoica es inherente a la condición humana, no tarda en
ser acusado de tener una visión de la historia parcial y enfermiza; de estar hipnotizado
por los aspectos negativos; de elegir las piedras negras del mosaico y rechazar
los logros triunfantes del progreso humano […]. Pero explayarse en la gloria
del hombre e ignorar los síntomas de su posible locura no es un signo de optimismo
sino del síndrome del avestruz. Sólo puede compararse la actitud de aquel
médico jovial que, poco antes de que Van Gogh se suicidara, afirmó que no podía
estar loco porque pintaba muy bien”. Me pregunto si estas palabras no harán que
el señor Hechinger incluye también al señor Koestler en su lista negra recién
estrenada.
A
consecuencia de las denuncias histéricas de los autoproclamados “liberales en
alerta”, como el señor Hechinger, la causa del liberalismo se debilita, y por
la misma razón que tan poco políticos de orientación liberal se arriesgan a
hacer afirmaciones realistas acerca de los problemas sociales contemporáneos.
La
época de las excusas, en la que nos encontramos, empezó con la primera frase de
Emilio o la educación, de Rousseau:
“La naturaleza me hizo una persona feliz y buena y, si soy de otro modo,
entonces hay que culpar a la sociedad por ello”. Se basa en dos conceptos
erróneos: que en su estado natural el hombre es feliz y bueno, y que el hombre
primitivo no vivía en sociedad.
Robert
Ardrey escribió lo siguiente en The
Social Contract: “el principio de organización de la vida de Rousseau era
su creencia inquebrantable en la bondad original del hombre, incluido él mismo.
Que estas creencias le llevaran a las mayores
hipocresías, como escribe en confesiones, no tiene la menos importancia
puesto que digas hipocresías son la evolución lógica de sus presunciones. Pero
lo que sí es importante son las desilusiones, el pesimismo y la paranoia a los
que pueden inducir estas creencias sobre la naturaleza humana “.
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En African Genesis, Ardrey afirma: “El
norteamericano idealista es un ambientalista que acepta la doctrina de la
nobleza innata del hombre y recurre principalmente a las causas económicas para
justificar el infortunio humano. De manera que ahora, en la cúspide del triunfo
de Estados Unidos sobre ese antiguo enemigo, la necesidad, se siente preocupado
por los conflictos raciales de una amargura cada vez mayor, torturado por la
delincuencia juvenil que alcanza cuotas desorbitadas”.
La
falacia romántica de Rousseau de que es la sociedad la que corrompe al hombre,
no el hombre quien corrompe a la sociedad, nos separa de la realidad con un
velo favorecedor. Esta visión de las cosas, para utilizar el marco de
referencia del señor Hechinger, reporta grandes beneficios en la taquilla pero, al final, una ilusión tan exagerada conduce a
la desesperación.
La
ilustración declaró la independencia racional del hombre de la tiranía de lo
Supernatural. Descubrió visiones vertiginosas y espantosas del futuro
intelectual y político. Pero antes de que la situación fuera de verdad
alarmante, Rousseau sustituyó la religión del ser supernatural por la religión
del hombre natural. Dios debe morir. “Larga vida al hombre”. Ardrey continúa:
“¿De qué otra forma podría explicarse –excepto como sustituto de la sed
religiosa- la influencia de la falta de moderación de la mente racional en la
doctrina de la bondad innata?”.
“La
represión del hombre no conduce a su redención.”
S.K./1973
(a Gene Philips)
Finalmente,
uno se plantea si la visión del hombre de Rousseau como ángel caído en la
realidad no es la más pesimista y desesperada de las filosofías. Deja al hombre
como un monstruo que se ha alejado paulatinamente de su nobleza original. Estoy
convencido de que es más optimista a estar la visión de Ardrey: “…nacimos del
mono erecto, no del ángel caído, y además los monos eran asesinos armados, de
manera que ¿de qué nos extrañamos ahora? ¿de nuestros asesinatos y masacres y
ejércitos irreconciliables? De nuestros tratados, sea cual sea su mérito;
nuestras sinfonías, por poco que se interpreten; nuestras hectáreas pacíficas,
por muy a menudo que se conviertan en campos de batalla; nuestros sueños,
aunque raramente se hagan realidad. El milagro del hombre no es lo mucho que se
ha hundido, sino lo majestuoso que ha resurgido. Entre las estrellas somos
conocidos por nuestros poemas, no por nuestros cadáveres”.
No
cabe duda de que el señor Hechinger es un hombre educado, pero su escrito me
hiere sobre todo por el tono que emplea, el de un hombre preparado que responde
a lo que espera encontrar, o a lo que le han explicado, o a lo que ha leído, en
lugar de responder a lo que cree que es La
naranja mecánica. Quizá deba dejar en la puerta su miríada de reflejos
condicionados y volver a ver el filme. Esta vez, con un poco de criterio.
2 comentarios:
Recuerdo que cuando obtuve por primera vez vuelos baratos para ir a Nueva York, pude conocer el mencionado diario, y a partir de allí, comencé a leerlo a diario a través del portal de internet. Hoy en dia, trato de leer muchos diarios reconocidos de distintas partes del mundo para estar al tanto de las noticias mundiales
Muchas gracias por presentar este carta de tanta enjundia y que reafirma porque hoy, cincuenta años después Kubrick sigue siendo un referente
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